Thursday, November 20, 2008

Mi poema favorito

Para tí, que me regalaste éste libro.



V




Bastante metafísica hay en no pensar en nada.

¿Qué pienso yo del mundo?
¡Qué sé yo lo que pienso del mundo!
Si enfermara, pensaría en ello.
¿Qué idea tengo yo de las cosas?
¿Qué opinión es la mía sobre causas y efectos?
¿Qué he meditado sobre Dios y el alma
y sobre la creación del Mundo?
No lo sé. Pensarlo es para mí cerrar los ojos
y no pensar. Es correr las cortinas
de mi ventana (pero no tiene cortinas).

¿El misterio de las cosas? ¡Qué sé yo lo que es el misterio!
El único misterio es que haya quien piense en el misterio.
Quien está al sol y cierra los ojos,
empieza a no saber lo que es el sol
y a pensar muchas cosas llenas de calor.
Pero abre los ojos y ve el sol
y ya no puede pensar en nada
porque la luz del sol vale más que los pensamientos
de todos los filósofos y de todos los poetas.
La luz del sol no sabe lo que hace
y por eso no se equivoca y es común y es buena.

¿Metafísica? ¿Qué metafísica tienen esos árboles?
La de ser verdes, la de tener copa y ramas
y la de dar fruto a su hora, lo que no nos hace pensar
que no sabemos tenerlos en cuenta.
¿Pero qué mejor metafísica que la suya,
que es la de no saber para quién viven
ni saber que no lo saben?

"Constitución íntima de las cosas"...
"Sentido íntimo del universo"...
Todo esto es falso, todo esto no quiere decir nada.
Es increíble que se pueda pensar en cosas de éstas.
Es como pensar en razones y fines
cuando empieza a rayar la mañana, y por el flanco de los árboles
un vago oro lustruso va perdiendo oscuridad.

Pensar en el sentido íntimo de las cosas
es exagerado, como pensar en la salud
o llevar un vaso al agua de los manantiales.

El único sentido íntimo de las cosas
es que no tienen ningún sentido íntimo.

No creo en Dios porque nunca lo he visto.
Si él quisiera que yo creyera en él,
seguro que vendría a hablar conmigo
y entraría por mi puerta
diciéndome: ¡Aquí estoy!

(Eso tal vez suene ridículo a los oídos
de quien, por no saber qué es mirar a las cosas,
no entiende a quien habla de ellas
con el modo de hablar que el fijarse en ellas nos enseña.)

Pero si Dios es las flores y los árboles
y los montes y el sol y el luar,
entonces creo en él,
entonces creo en él a todas horas
y mi vida entera es una oración y una misa
y una comunión con los ojos y por los oídos.

Pero si Dios es las flores y los árboles
y los montes y el luar y el sol,
¿por qué llamarle Dios?
Le llamo flores y árboles y montes y sol y luar;
porque si él se hizo, para que yo lo viese,
sol y luar y flores y árboles y montes,
si se me aparece como árboles y montes
y luar y sol y flores
es porque quiere que lo conozca
como árboles y montes y flores y luar y sol.

Y por eso yo le obedezco
(¿qué más sé yo de Dios que Dios de sí mismo?),
le obedezco viviendo, espontáneamente,
como quien abre los ojos y ve,
y le llamo luar y sol y árboles y montes,
y lo amo sin pensar en él,
y pienso en él viendo y oyendo,
y ando con él a todas horas.


-Alberto Caeiro-