Wednesday, January 02, 2008

¿Y si no lograba hablar con él?

Era un restaurante enorme, con mesas grandes a las que por lo menos se anclaban cuatro sillas. La luz era muy mala, de hecho era un tanto oscuro y esa bombilla tintineante que no se decidía a existir o morir comenzaba a marearme. No podía leer, así que deje las noticias del mundo en una silla cobijada por el mantel que colgaba sobre ella.

Era extraño ver tantas mesas tan grandes porque todas estaban ocupadas por solitarios y anónimos como yo. Las sillas vacías que nos acompañaban sólo resaltaba nuestra situación de profunda soledad, el silencio, donde los muertos que nos acompañaban se oían más que nosotros.

Pero a eso veníamos a escucharlos, a hacerlos presentes, a comer la comida que les gustaba. De repente uno que otro perdido entraba con compañía. Como esa pareja que entró y se sentó en la mesa de enfrente. Se notaba enseguida que se sentían incómodos por aquella extraña situación. Estar rodeados de gente que comía sola. Era una pareja joven que había entrado con una sonrisa que, claro, iba desvaneciendo de sus rostros al entrar en nuestro tiempo, nuestra atmósfera, nuestra preponderante soledad. Susurraban entre ellos, no se atrevían a hablar más alto, como si fueran a interrumpir esa solemnidad, a quebrar ese silencio que era como una misa para muertos. Así que se apresuraron en comer y con cara de interrogación salieron del lugar.

Y todo regreso a la normalidad. Sinceramente yo también me sentía un poco perdido, era la primera vez que hacía esto y no estaba seguro de ir siguiendo bien las instrucciones que se me habían dado.

¿Y si no lograba hablar con él?

se.


4 comments:

Nébula said...

Según la visión actual de las cosas, a veces pienso que está mal visto salir solo, y la gente que se siente sola prefiere quedarse en su casa, como si el mundo exterior fuera para "esos" que están acompañados.

No sé, es un pensamiento que me ha venido leyendo tu entrada :)

José Vicente Martín Payán said...

NOTA: (comentario de un domingo por la mañana de resaca, no se si será apropiado)

pa' cuando dejamos lo del cadáver???

70 veces siete lo intente sin embargo me temo que esta vez es el fin adios amor adios mujeres esto puede ser un caso de incompatibilidad de caracteres....

fdo. el pepe.

Anonymous said...

(Continuación)
Tomo el periódico de la silla. Abro directamente por el apartado de “sucesos”, me sorprende esta facultad que sin pretenderlo he adquirido con la rutina y que sólo se atrofia cuando trato de ponerla en práctica conscientemente. En esta ocasión las páginas se conservan tal y como fueron concebidas por el editor e impresas, ella no dejó su rastro y de esta forma los sucesos dejan de tener cualquier tipo de interés para mí. Sus garabatos son las más de las veces ininteligibles y si acaso llego a descifrarlos no me resultan ingeniosos. No consigo reconstruir la secuencia, vislumbrar el código simbólico de sus viñetas, me estrello una y otra vez contra esos personajes, definidos con apenas unos trazos aparentemente casuales y a los que, no obstante, parece haberles insuflado cierta propiedad vital, no sé qué suerte de sentimiento latente o quizá… los provee a través de sus posturas de intencionalidad. Todo su bestiario, humanos y seres orgánicos, se afanan, por más que inmóviles tienen un cometido pero… cuál, la incertidumbre me desespera y me debato sin provecho alguno, sé que comprender algo de sus afanes equivale a conocerla un poco más.
Hoy no he de enfrentar el imaginario. Mientras divago, la vista, en piloto automático, avanza ya sobre la segunda columna de un artículo que reza “obrero de la construcción fallece durante la ejecución de una obra en Marbella dejando viuda e hijos huérfanos”, Afortunadamente el diario miente por sistema, periódica e indefectiblemente, de seguro el obrero pasaba de los treinta.
Si continúo mucho más parado junto a esta mesa vacía que sostiene el diario abierto sobre ella… voy a ser sospechoso entre sospechosos, discriminado entre los discriminados… casi un superhombre. A tanto no llego, a tanto casi ni aspiro, el periódico se queda exponiendo toda su insidiosa información al firmamento fluorescente del falso techo, yo “tomo las de Villadiego” y reto al frío nocturno con mi camisa de manga larga “100% cotton”, Cotton club, cine negro, noche negra… el juego de la libre asociación.
Camino y pienso. De nuevo la vino a molestar el tipo de atuendo extravagante: traje mostaza y camisa burdeos, definitivamente estrambótico. Lo que realmente contrasta en él son la indumentaria de vivos colores y su persona, gris plomizo, a juego, eso sí, con su conversación plúmbea. Así y todo lo tengo por mi más leal compinche, a su pésimo sentido del buen gusto en el vestir (se ve que respecto del género femenino es del gusto que gusta mi gusto) le suma una natural capacidad, estimada por mí en lo que a mi conveniencia atañe, de resultar exasperante como interlocutor. Gracias a ello he podido recabar información muy preciada y, cómo no, contradictoria: ¿Rayuela, Cien años de Soledad? Ni sé cómo se llama y ya mantenemos disputas imaginarias. Hasta hace unos días no pensaba que alguien con la sensibilidad necesaria para apreciar la obra de Cortázar pudiese, a la vez, dejarse seducir por la retórica almibarada y vacía del putañero. Que yo no niego que Cortázar también lo fuera, pero si lo fue no dejó de trascender por ello. Se puede contraer la sífilis sin que se vea comprometida el alma, porque las hay tremendamente susceptibles a la putrefacción, efímeras y las hay perennes, que incluso más allá de la muerte se mantienen incorruptas, como dicen que yacen los santos, capaces de soportar las más infames formas de vida, pasando por la opulencia.
Ella es como yo, ritual en su desorden. Se perderá por callejuelas mil veces transitadas antes de llegar al antro, pero a mí me mueve un objetivo, y en pos de su consecución he de suprimir ese lujo bohemio. Tengo que ser eficaz en el trazado de mi trayecto, conducirme sin celeridad, que me agota, pero sin parsimonia llegando con la necesaria antelación que me permite ocupar mi lugar, suficientemente alejado del piano como para no recibir a modo de imposición su sonido pero no tan excesivamente lejos como para sentirme y, sobre todo que me sientan, extraño al espectáculo, voyeur de voyeures.
(¿continuará?)

Pablo S. said...

Eh, chica, me gusta este relato. Es algo así como la soledad del acompañado entre los sólos, ¿no?

Esa es la más terible